martes, 7 de septiembre de 2010

Cajita de música


Hastío, tal vez
solo cansancio,
lentitud, ceguera,
cálida remembranza de agua nueva
que se ha ido estancando.
Una tenue ondulación como un delito,
y el estanque que se ahoga como un grito (en la garganta)
Un viento helado, taciturno, desganado,
que viene palmo a palmo y a su turno congela
cuanto toca con su boca de cristal y su bostezo.
El verde, colonial, nada de exceso,
un verde palidez, carbón, pasado.
Un calcáreo sentimiento de estar vivo o de estar muerto,
de apenas estar, de apenas.
Humedad que desvanece la gangrenosa luz de la tarde.
silencio en su tono de pasteles.
óleo de un relieve reblandecido.

Empantanado entre los juncos
hay la necia ondulación del agua.
Abajo, bajo esa superficie
que es nata de verdín
habrá otro silencio más secreto,
un eco entre los ecos olvidados,
el mecanismo oxidado que ha echado andar quién sabe cómo.
El peine de latón
cabeceando el cilindro de braile.
Una bailarina que gira su danza sumergida
en la oblicua dirección que dicta el declive de la tarde y su hundimiento.
Gira en su salón encallado
entre el barro pastoso que es su cuna y es su fosa
un vals atiborrado de notas, gorgoteando una melosa letanía de armonías.
Los árboles se ciernen sobre el lago
para oírla.
Se agachan sobre la orilla
las ramas lloronas de un sauce.
Y beben cervatillos vegetales
ese humo que es la niebla que ha llegado sobre el agua.
No se sabe cuando acabará la melodía,
pero el cause realentado de su canto
preludia un fin cercano.
Mientras la manecilla de la cuerda escarba el lodo,
mientras tin tin ta, , tin… tin…ta…
y un grillo a coro bala y calla,
trepando va por entre la enramada una luna macilenta.
En el lago, las ojeras concéntricas que dicen el sonido de su vientre
resplandecen en mortajas milenarias y se esfuman
y se pierden y se agotan y se mueren.
Silencio en su tono de pasteles
acuarela de la noche que se cierne como un cuervo,
sobre el lago de amarillo, de amarillo, negro y verde.

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