viernes, 24 de septiembre de 2010

Llueve












Llueve como si el cielo y la tierra recordaran
todavía recordaran el tiempo en que eran uno
y tendieran como brazos los hilos de una sutura
y quisieran en abrazo volver
volver a ser lo mismo.

El cielo baja en sus nubes
la tierra se alza en torrentes y charcos.

Llueve entre los dos
y el alfarero está
develado en el relámpago
moldeando la figura.

Entre el cielo y el suelo
entre el agua y la tierra
nuestra materia prima
esa primera distancia
congraciada con sus manos
es esta,
tan solo esta melancolía del barro.

Y es esta tristeza cuando llueve
cuando el tiempo es de agua
cayendo desde una altura incierta
apilándose al rebalse
transcurriendo en distancia
entre dos que fueron uno
hilos,
la sutura imposible que nos reúne de nuevo.

Y el alfarero está
develado en un relámpago
modelando la figura,
esa soledad de lodo
a su imagen y semejanza.

Llueve y yo sigo aquí,
seco,
ahogándome en la penumbra
detrás de la ventana
sufriendo la distancia
pensando que tal vez,
mañana,
ya no la recuerde.

martes, 7 de septiembre de 2010

Mientras morías



La última, la verdadera muerte
no llega cuando el cuerpo sin aliento
es acuñado dentro de esa caja de pino.
Esa situación es solo un escenario.

La última, la verdadera muerte
es mucho más lenta
y no está en el cadáver
ni en la tumba
ni siquiera dentro del cementerio.

La Muerte viene con nosotros
la Muerte es cosa de los vivos,
de los que seguimos viviendo
para recordar a los idos.

Allá, lejos, inalcanzable como el horizonte
la muerte,
la más irrevocable de las muertes
se llama olvido…
y nunca llega.

Un día
puede ser hoy
tal vez mañana
quién sabe
pasaremos la posta a aquellos
que se junten
en derredor de nuestra pira.

Entonces sí
Dios lo permita
habremos muerto.

Mala cosa ser instrumentos
de la agonía de nuestros afectos
Pequeñas muertes
muriéndolos a ellos
justamente a ellos
nuestros amores.

Cajita de música


Hastío, tal vez
solo cansancio,
lentitud, ceguera,
cálida remembranza de agua nueva
que se ha ido estancando.
Una tenue ondulación como un delito,
y el estanque que se ahoga como un grito (en la garganta)
Un viento helado, taciturno, desganado,
que viene palmo a palmo y a su turno congela
cuanto toca con su boca de cristal y su bostezo.
El verde, colonial, nada de exceso,
un verde palidez, carbón, pasado.
Un calcáreo sentimiento de estar vivo o de estar muerto,
de apenas estar, de apenas.
Humedad que desvanece la gangrenosa luz de la tarde.
silencio en su tono de pasteles.
óleo de un relieve reblandecido.

Empantanado entre los juncos
hay la necia ondulación del agua.
Abajo, bajo esa superficie
que es nata de verdín
habrá otro silencio más secreto,
un eco entre los ecos olvidados,
el mecanismo oxidado que ha echado andar quién sabe cómo.
El peine de latón
cabeceando el cilindro de braile.
Una bailarina que gira su danza sumergida
en la oblicua dirección que dicta el declive de la tarde y su hundimiento.
Gira en su salón encallado
entre el barro pastoso que es su cuna y es su fosa
un vals atiborrado de notas, gorgoteando una melosa letanía de armonías.
Los árboles se ciernen sobre el lago
para oírla.
Se agachan sobre la orilla
las ramas lloronas de un sauce.
Y beben cervatillos vegetales
ese humo que es la niebla que ha llegado sobre el agua.
No se sabe cuando acabará la melodía,
pero el cause realentado de su canto
preludia un fin cercano.
Mientras la manecilla de la cuerda escarba el lodo,
mientras tin tin ta, , tin… tin…ta…
y un grillo a coro bala y calla,
trepando va por entre la enramada una luna macilenta.
En el lago, las ojeras concéntricas que dicen el sonido de su vientre
resplandecen en mortajas milenarias y se esfuman
y se pierden y se agotan y se mueren.
Silencio en su tono de pasteles
acuarela de la noche que se cierne como un cuervo,
sobre el lago de amarillo, de amarillo, negro y verde.

La tumba está tendida

La tumba está tendida
de sábanas blancas, de frazada, de colcha
de almohada, de regazo mullido,
de promesa invernal
de guarida del día
de descanso
de destierro auto inflingido
de silencio esperado
de pausa

La tumba está tendida
el velador susurrando
las páginas de un libro
un rebaño de ovejas que saltan la alambrada

Y caer en la blandura
de los párpados cerrados
del colchón ahuecado como una palma
que sostiene pero no aferra

La tumba está revuelta
la ventana en el piso
el grito desenvainado
seco
descosiendo los puntos
que te unían al sueño

Y ahora que estas vivo
devuelto a flor de tierra
y percibes la noche,
un buitre que espera
flameante entre las nubes
te vuelvas y te duermas

Y ahora que estas
ciego
los ojos como almendras
y la tumba te acuna
y te canta a la oreja
y recuentas la trama
de horrores que supura
tu cabeza
de pasajes siniestros
de siluetas funestas

Y palpas con la memoria
los perfiles zozobrantes
de una trama maldita
y te preguntas cómo
y por qué,
la noche te despierta.

Y ahora que el cansancio
se cuelga en tus pestañas
y te empujan las horas
de pendiente en la cuesta
abajo
y te hundes sin quererlo
en pastosas arenas
y aun sentado te duermes
boqueando en la cubierta
como un pez que agoniza
de branquias que se secan

Te encaminas descalzo
por la noche desierta
de nuevo hacia el horror
de la tumba entreabierta.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Era



Lentamente en mis constancias
vuelvo al humo, a mi cigarro
me concentro, me atiborro, me incendio, me incinero
Soy vapor, humo
ascensión, escala, salto, vuelo
Estoy junto a las nubes
la Tierra es toda una y sus ribetes
sin embargo Dios es más alto que los días
más humano que el silencio
más monstruoso que la vida.
Aquí, flotando sobre el mundo
debajo de Dios que es, la misma altura
veo girar los días en su cuadrante
y siento mi suerte de pausa en la desgracia.
El viento me empuja, me arrastra por filosos riscos
se abren filas herrumbradas, las memorias se acantilan.
Y doy contra las rocas de las cimas
Y sangran mis narices, mis costillas, ambos brazos
Y veo entre los valles los cuerpos putrefactos de otros días
en nubes moscardón,
tendidos, deshilachados, ondulantes, agusanados,
sin la bendita sábana de tierra que debería cobijarlos
Repto en el aire, entre las cenizas de un volcán
ese bostezo de piedras y cristales
por entre los reflejos emerge su voz
se agiganta entre las luces vespertinas
se agita acompasada entre los ecos
me vuelvo a todos lados,
ya se ha ido.

Vuelo, sigo volando, diminuto, insignificante
en un paisaje que está chorreando sus colores,
acuarela que está vertiéndose en la melaza de la luz.
Me inmerjan las tinieblas, las nubes carbonilla
Alguien va conmigo
No supe su nombre, era muda, sigilosa
su cuerpo frío se cernió a mi costado
sus dientes castañeaban cada tanto
su melena, olorosa en jazmines
me fustigaba el rostro
Era, ahora me dicen, la Noche.
Me dejó, yo dormía,
cuando desperté no hallé consuelo
Esa misma mañana me creció esta ausencia.

Dios vuelve a agitar los dados
ahora el cielo se llama urbe
y las nubes, colectivos
¡Mi birome, mi cuaderno!
quiero anotar la crónica de mi vuelo,
quiero decir un último sueño
quiero decir la muerte
quiero decir silencio
pero no puedo, es tarde,
Ella ya se ha ido
y yo me he quedado,
me he quedado
mudo.

Dios vuelve a agitar los dados.

Pasa un día que no acaba,
un día sin tregua
un único día infinito en el que yago.

Es cierto, sí, ahora se cómo se llama
Nunca ha vuelto
Era, ¿por qué me lo recuerdan?
La Noche.

Vivo, no, apenas sobrevivo
confinado en este día
atrapado entre el alba y el ocaso
un día que crece y decrece como el mar
sobre costas de arenas y relojes
un sol que me arde desde el cielo
y nunca ceja
Un día que va y vuelve
que se hamaca en el tiempo
que pasa y nunca pasa
un día que alumbra hasta el hartazgo
me constriñe,
me deglute,
me deshuesa,
me devuelve.
un día que alcanza sus fronteras y regresa
y me regresa a esa mañana
esa mañana en que me creció esta ausencia.

Es cierto, sí, ahora sé cómo se llama
Nunca ha vuelto
Era, ¿para qué me lo recuerdan?
La noche.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Soneto

Soneto te detesto porque empatas
tu ardua construcción a mi argumento
y atoras la garganta de alimento
y atascas la fluidez en fe de erratas.

Soneto condición que me arrebatas
de lágrimas suspiros y lamento
de canas verdes de estupor de intento
hincándote en las musas que me matas.

Me voy sin más, martirio que aclimatas
cilicio y peste en la que no escarmiento,
a lo que anudo siempre tú desatas.

Allá en el sur si es que me son innatas
las rimas en candor o movimiento
quisiera descansar de tus sonatas.

Sospecho a tientas

Sospecho a tientas ciego las siluetas,
alcanzo con los dedos lazarillos
las sombras innombrables de los trillos
corriendo desatadas tras sus vetas.

Más luego me detengo en la hornacina
me inquieta, me desvela, me importuna:
Qué manto de impiedad, qué mar de luna
te esconde de mi alma que imagina.

A dónde van los versos cuando rezo
su prédica incurable y sus sonrisas,
¿acaso corren ellos tras la brisa
de sombras en las vetas de tu beso?